Tras publicar el último post "UN GRITO POR LA IGUALDAD SOCIAL" me he acordado de este artículo que escribí hace dos años sobre un viaje que hice a Venezuela. Viví durante unas semanas en un poblado indígena del Delta del Orinoco (al nordeste del país) donde conviví con las familias de la comunidad y viví una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras de mi vida.
Sin duda la mejor forma de descubrir el mundo, ser consciente de la realidad y también de conocerte a ti mismo, es experimentando y haciendo realidad tus sueños. Por ello, se lo dedico a los niños, a los de Isla Misteriosa y a todos con los que he compartido sonrisas en mis viajes a Sudamérica. Gracias por todo lo que me habéis enseñado.
"Los niños de Isla Misteriosa"
Ha pasado ya una semana desde que
llegamos. Vivimos en la casa comunal, en una superficie de madera sin paredes
ni puertas que nos permite ver el río y el reflejo de cada amanecer. Y así
pasan los días. Por las mañanas nos despertamos entre risas inocentes y
juguetonas. Los niños siempre vienen a buscarnos bien temprano, movidos por la
curiosidad de las dos chicas blancas que se sumaron a la comunidad.
Hoy hemos estado regalando pulseras
a los niños; las hicimos ayer con un poco de hilo y semillas. Caminábamos por
la pasarela y se las ofrecíamos a todos los muchachos que nos íbamos
encontrando. Regalamos un simple detalle y recibimos mucho más de lo que
podríamos pedir. Sonrisas sinceras, carcajadas, miradas agradecidas de pequeños
proyectos de una vida complicada…La abrió con la cara iluminada, esperando encontrar, con un poco de suerte, algunas monedas para comprarse unas galletas Oreo en la tiendita de la comunidad. Su interés ya no era despertar a su padre, sino robarle, y, para cuando éste levantó cabeza, allí ya no había nadie. Ni su billetera ni los afortunados niños.
Mientras
escribo esto, tengo a tres pequeños a mi alrededor observándome atentamente. No
saben interpretar los símbolos que escribo, sólo miran asombrados por lo rápido
que relleno las líneas de mi cuaderno. La mayoría de ellos sólo habla warao,
por lo que se nos hace difícil comunicarnos. Aún así, los dibujos y la música
no entienden de fronteras, son un idioma internacional.
Warao tuma yori
Kuare asaya,
Aidamo a ribu
Nome kokobuabuae.
Dokojotubuae;
A koejobona
Nome ebubuae:
Tane nokokore
A isanamo tuma
Detabune witu nome jakanae.
¡Mojojutanaka!
Las despedidas siempre son tristes; algunos lloraban, otros
sonreían, otros nos abrazaban sin soltarnos…
—¿Cuándo van a regresar? —decía Minda.
—Pronto. Les vamos a dejar las pinturas y los juegos aquí para
cuando volvamos.
Pero la realidad es que nos fuimos y no regresamos. Nosotras
emprendimos nuestro camino y ellos continuaron en la comunidad como si nunca
hubiese cambiado nada. Es en la memoria donde se guardan todas estas bellas
experiencias, donde quedan las emociones y, cómo no, el recuerdo imborrable de
las risas inocentes y juguetonas de los niños indígenas con las que aún me
despierto cada día, como en Isla Misteriosa. Esas risas me siguen dando las
fuerzas necesarias para seguir luchando por un mundo más justo y solidario.
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